17 días después de llegar al maravilloso hotel del Colca, estamos preparándonos para salir. En realidad ha sido como vivir la película de “el día de la marmota”, dónde cada día es igual pero con algún matiz diferente, algún avance con respecto a nuestra situación, después algún retroceso, algún que otro día anodino que termina en un caos, pero en general cada día igual y con una rutina similar. Han sido días intensos emocionalmente, aunque tranquilos y relajados físicamente.
El Domingo 30 de Marzo Sergio pensó que era un día anodino, y así fue en gran parte.
Desde hace una semana todo parece que se empezaba a mover. Varios grupos organizaban convoyes de autobuses para trasladar a aquellos que estaban en provincias a la capital, Lima, desde donde saldrían los vuelos de repatriación. Primero fueron los de Cusco y finalmente empezamos a mover la zona Norte (Piura, Trujillo, etc, esas ciudades que nos quedaremos sin visitar). Y finalmente la zona sur, Arequipa, Puno y también el Colca donde nos encontramos nosotros.
Nuestro autobús estaba planificado para dentro de dos o tres días, sin embargo una llamada de última hora nos permite embarcar un vuelo organizado por la embajada Inglesa, y ahorrarnos 20 horas de autobús. Sin dudarlo solicitamos nuestra plaza.
La contestación de la embajada fue ambigua. En principio estamos confirmados pero no tenemos billete, por lo que allá nos iremos sin saber bien bien si tenemos plaza o no.
De todas nuestras noches en el Peru, esta fué la más bonita. Las estrellas habían salido con todo su esplendor, una vez las nubes y su lluvia se fueron a eso de las dos de la mañana. A las cuatro ya teníamos todo cargado en el coche de Tito, el que sería nuestro ‘coyote’ en esta última aventura en Sudamérica. El día anterior ya hicimos las gestiones necesarias para pasar algunos de los muchos controles de seguridad militares que nos encontraríamos.
El país llevaba 15 días en cuarentena, y con toque de queda entre 8 de la tarde y 5 de la mañana, pero igualmente teníamos que salir pronto para recorrer las tres horas hasta el aeropuerto de Arequipa, dónde un vuelo de la embajada británica nos llevaría hasta Lima, y de ahí un paso más cerca a nuestra repatriación a España.
En cuestión de dos días desmontamos nuestra vida de siete meses. Conseguimos vender a Josefina, y desmontamos todo y empaquetamos nuestra vida en dos mochilas de 70 litros y la bolsa de deporte Tribord. Dejar atrás la furgoneta fué un auténtico shock que realmente nos puso en la realidad de la situación.
La sensación de estar haciendo algo ilegal era tremenda, pero lo era más es el sentimiento de un proyecto acabado antes de tiempo, pero con casi todos los objetivos cumplidos. No podíamos preveer el impacto de las distintas revueltas en Latinoamérica, ni de como el coronavirus nos iba a cambiar los planes, y hacernos mas flexibles y resilientes.
Terminamos el viaje 5 meses antes de tiempo, sin poder conocer en norte de Perú, Ecuador, Colombia y Costa Rica. Sin poder volver a coincidir con Isla y su familia (nuestros amigos de viaje australianos), sin conocer decenas de personas, aglutinar cientos de experiencias y disfrutar de momentos únicos. Es una sensación agridulce de cuando algo acaba. Y cuando algo nuevo empieza.
“Según miro por la ventana, estamos siendo transportados como contrabando, pero no estamos yendo únicamente a Arequipa. Estamos volviendo a casa y cerrando un capítulo de nuestras vidas. Un proyecto que llevó 5 años soñar y 1 año preparar hoy llega a su fin, y uno nuevo comienza.”
Horas después de escribir esto, conseguimos llegar al aeropuerto de Arequipa. O mejor dicho a su entrada. Unos 300 metros antes de llegar a la terminal, policía y militares nos paran y nos hacen esperar hasta que llegue el convoy inglés, quien sería nuestro patrocinador para llegar a Lima. Tuvimos que esperar dos horas bajo el sol hasta que por fin llegaron, y simplemente pasaron de largo. Unos 45 minutos después nos pidieron que hiciéramos una lista con los nombres de todas las personas esperando para corroborarlos con los del consulado.
Por suerte un poco después nos permitieron pasar, y ahí fuimos, poco a poco y andando con nuestras maletas hasta la terminal. Allí nos controlaron la temperatura, miraron exhaustivamente las maletas y nos fueron dejando pasar uno por uno al mostrador de check in. Y por fin conseguimos nuestro ansiado billete a Lima. Pero la cosa no acababa ahí.
Con nuestro billete y maletas facturadas nos dispusimos a pasar el control de seguridad, y lo que nos encontramos fue a dos agentes de inmigración que nos informaron que aquí nos ponían el sello de salida de Peru, y que este vuelo era exclusivo para llegar a Londres. Que los planes de nuestra embajada de dejarnos en Lima no funcionarían porque Perú nos obligaría a hacer cuarentena de nuevo en la capital. Esto nos dejó completamente en shock, pero nos resignamos y evaluamos que llegar a Londres tampoco era mala opción, es más en realidad podía incluso llevarnos antes a casa.
Una vez aterrizados en Lima, apenas a una hora y media de Arequipa, subieron al avión un teniente del ejército ingles y una representante del consulado Británico. Nos explicaron perfectamente que todo el mundo en el avión podía optar a cambiar a un 777-ER (mucho más grande) e ir directamente a Londres, ya que esta era su labor humanitaria. O bien quedarse en Lima y quedarse a disposición de la embajada de nuestro país (que no estaba presente). La organización inglesa fue espectacular: un autobús, un avión procedente de Cusco y otro procedente de Arequipa (el nuestro) todos juntos dentro de la sección 8 de Lima (el aeropuerto militar de las Fuerzas Aéreas), y enfrente un 777-ER de British Airways con todo su equipo dispuesto a repatriar a sus ciudadanos. En pequeños grupos todos fuimos bajando, reconociendo nuestras maletas y subiendo al avión más grande. Habíamos decidido volar hasta Londres, desde donde estaríamos mucho más cerca de casa, sobre todo debido a la poca información y comunicación de nuestra embajada.
Al poco de entrar en el avión de British Airways, llamaron a todos los ciudadanos Españoles por la megafonía del avión. El espacio aéreo Español se había complicado mucho más en las últimas horas y cada vez se hacía más difícil entrar en el país. Comprobamos y efectivamente de las decenas de vuelos que salen cada día desde los distintos aeropuertos de Londres hasta Madrid o Barcelona, ¡no quedaba ninguno!. Nuestras únicas opciones eran arriesgarnos a vuelos con escala en otras ciudades europeas, de más tiempo y mucho más caros. Los dignatarios Ingleses se portaron de manera excelente y nos dieron todas las opciones, pero antes que quedarnos encajados en Londres, decidimos probar suerte con nuestra embajada y quedarons en Lima, así que muy a nuestro pesar bajamos del avión.
Tras una organización excepcional por parte del personal británico, pasar por dos autobuses hediondos y dos taxis, llegamos al hotel Melia de Miraflores en Lima, el centro neurálgico que había establecido el consulado Español para alojarnos a todos los españoles a repatriar. Al poco tiempo tuvimos suerte y recibimos una llamada que nos informaba de que disponíamos plaza para el vuelo del día siguiente (31 de Marzo), lo cual ni nos lo habíamos planteado. Así que llegamos al hotel, pusimos a las niñas a dormir y pudimos descansar de uno de los días más cansados física y mentalmente que recuerdo en mucho tiempo. No solo por llevar las maletas de arriba a abajo, sino por el estrés y la incertidumbre de tomar decisiones continuamente con muy poca información.
Al día siguiente nos levantamos a las 4:30 de la mañana para poder desayunar y coger los autobuses que nos llevarían de nuevo al mismo aeropuerto militar. En unas tiendas de campaña estilo campament de refugiados hicimos un “check-in” manual, donde nos miraban los nombres en una lista, ponían la etiqueta a mano en nuestro equipaje y nos hacían subir a otro autobus que nos llevaría ya si, al avión final, un Airbus 340-600 que llevaría a algo más de 300 españoles de camino a Madrid.
El vuelo fue muy bien, con las niñas dormidas varias horas y nosotros ya relajados, sabiendo que las últimas fases serían más llevaderas. 7 horas de espera en un aeropuerto de Barajas completamente vacío, un vuelo de apenas 50 minutos de Madrid a Barcelona, que nada tiene que ver con el puente aéreo tradicional, y un aeropuerto de El Prat también vacío, sin tiendas, ni personas, ni aviones. Para montar en dos taxis (solo puede montar un adulto y un niño en cada taxi) y llegar a casa por fin, 7 meses después.
El los últimos 20 días hemos pasado de no saber absolutamente nada, a coordinar cerca de 400 españoles varados en Peru via whatsapp, a tomar la decisión de parar nuestro viaje (o postponerlo) y volver a Barcelona. Hemos pasado por 4 aeropuertos, dos de ellos militares, y hemos dormido muy poquito y madrugado muchísimo. Pero lo hemos conseguido, estamos en casa!
La embajada Española ha tenido una gestión muy mejorable. Si bien se entiende que miles de personas varadas en un país generan cientos sino miles de llamadas e emails, y también es verdad que han conseguido hacer una labor importante. Su comunicación ha dejado que desear. Desde el primer momento organizamos varios grupos de Españoles, por regiones, intereses y zonas, y un pequeño grupo de “coordinadores” nos juntamos para intentar dar la información confimada lo antes posible a las personas a las que les pilló la cuarentena.
En una situación así entra el nerviosismo y las personas a veces simplemente necesitan hablar, aunque no les puedas dar respuestas. Todas las personas con las que hablaba necesitaban soporte, contestaciones o simplemente palabras de ánimo: “Paciencia y ánimo, todos volveremos a casa”. Ha sido la frase que más he repetido.
Pero finalmente estamos de vuelta en casa, donde damos por finalizado (al menos temporalmente) nuestro periplo por Sudamérica. Nos quedan países y experiencias, y sobre todo mucho tiempo juntos. ¡Volveremos pronto!