Un nuevo país siempre tiene retos y preocupaciones. ¿Cómo pasaremos la frontera? ¿Cómo cambiaremos dinero? ¿Cómo irá la gasolina? Es la incertidumbre de lo desconocido que poco a poco, según se van clarificando las incógnitas se convierten en preguntas de niños. Así nos sentíamos cuando nos encontrabamos en La Quiaca. La ciudad donde empieza (o acaba) la ruta 40 Argentina, y donde se encuentra el paso a Bolivia que íbamos a tomar.
Por suerte, los últimos dos días pudimos descansar en Tilcará y disfrutar de sus carnavales, recargar pilas y dirigirnos hacia el norte. Los pasos de fronteras siempre son estresantes. ¿Nos pondrán algún problema? ¿La aduana nos dirá algo? ¿Nos echarán para atrás? Sin embargo a pesar de ser un lugar caótico, con mucha gente y no menos peligro, pudimos pasar en menos de 40 minutos hasta Villazón, la ciudad fronteriza de Bolivia. A partir de ahí ya se puede respirar un país completamente distinto de lo que habíamos vivido hasta ahora en Sudamérica.
Nuestro ritual en un nuevo país siempre es el mismo: Pasaportes, aduana, dinero, agua y tarjeta SIM. Con eso podemos tirar millas y encontrarnos en cualquier sitio. Nuestro objetivo era llegar hasta Tupiza para pasar una noche y seguir nuestro recorrido hacia Potosí. Pero como los planes están hechos para romperse, así lo hicimos.
Nuestra primera noche en Tupiza nos dio la pauta para continuar con nuestra ruta. Bolivia es en cierta manera más parecida al suréste asiático que a Chile o Argentina, no solo a nivel de desarrollo sino también a nivel turístico. Los hostales son mucho más sencillos, y todo está mucho más orientado al estilo mochilero (con el que estamos totalmente cómodos). La economía se gestiona puramente en efectivo, con muy pocos cajeros y menos negocios que acepten tarjeta, y con un precio en gasolina distinto para extranjeros (pero que con algo de negociación y una sonrisa se puede gestionar).
Tupiza nos dio la bienvenida con la gran fiesta de los precarnavales, y pudimos ver las comparsas pasar por todo el centro del pueblo. Y mientras disfrutábamos de la tarde descubrimos que también se puede llegar al salar de Uyuni desde este pueblo, y que incluso se pueden ver más cosas. Esto nos permitiría no pasar noches de más en Uyuni, ver más cosas y tener un coche privado con conductor y cocinera a un precio mejor que los habituales en Uyuni. Así que cambiamos nuestros planes y decidimos salir al día siguiente. En poco más de 1 hora preparamos todo lo necesario para la expedición (¡sobre todo ropa para pasar frío!) y nos fuimos a dormir, ya que al día siguiente saldríamos pronto.
Tras anclar las sillitas de las niñas en Grizzly, el Toyota Lexus de Roman, nuestro guía, y cargar todos los víveres y gasolina necesarios para 4 días y 1800 kilómetros, nos pusimos en camino. En este viaje nos acompañaba Roxana, que haría de cocinera y nos ayudaría con las niñas.
El pronóstico del tiempo prometía lluvias, y como no podía ser de otra manera acertó. Nuestro primer día fue pasado por agua, pero gracias a la tracción a las cuatro ruedas de Grizzly, y las habilidades de conducción de Roman pudimos cruzar todo el sur de Bolivia en dirección al Parque Eduardo Avaroa. Los paisajes que cruzamos (y que no se ven cuando uno sale desde Uyuni) eran simplemente impresionantes. Fallas, quebradas, pequeños ríos y cerros que se alzan desde el altiplano fueron nuestros compañeros durante toda la mañana de conducción. Cuando empezó a llover fuerte la cosa se puso complicada. El barro hacía resbalar las ruedas de Grizzly, y los arroyos secos se convertían en auténticos ríos.
Después de una comida improvisada dentro del coche seguimos nuestra ruta, y ahí nos encontramos con unos compañeros que se habían quedado parados en el medio del río.
Roman y yo intentamos ayudar empujando, pero el coche estaba demasiado hundido. Probamos de varias maneras pero era complicado. La tormenta se acercaba y la lluvia cada vez era más fuerte, y si no conseguían sacar el coche pronto el caudal del río aumentaría y se lo llevaría valle abajo. Por suerte llegó otro jeep con una cuerda para arrastrar y pudieron sacarles a tiempo. Mientras tanto nosotros ya conducíamos hacia Quetana Chico, pero por todos los retrasos y la lluvia tuvimos que quedarnos a dormir en San Antonio de Lípez, en una habitación donde la Señora Marta nos pudo acomodar con suficientes mantas para pasar la noche.
Este pueblo se encuentra a más de 4000 metros, y entre la conducción y la altura empezamos a sufrir los efectos del soroche (no las niñas, que estaban perfectamente). Laura tuvo que ir al médico local para que le pincharan mientras las niñas iban a dormir, y rezábamos para que el día siguiente dejara de llover, ya que al día siguiente teníamos que empezar a conducir a las 6 de la mañana para recuperar el tiempo perdido del primer día.
Y así nos levantamos como zombies, cargamos todo en Grizzly, echamos gasolina con el método del sifón y nos dirigimos hacia el Pueblo Fantasma. Un pequeño antiguo poblado de Españoles, que según cuenta la leyenda abandonaron el lugar por la visita de un ángel de la muerte dejando atrás riquezas y una enorme campana de oro.
Ahí fue cuando descubrimos que una de las ruedas de Grizzly perdía aire, y aprendimos a reparar ruedas con papel higiénico (entre otras cosas también aprendimos de Román que la orina puede servir como líquido de frenos en caso de necesidad). Desayunamos a 4.300m en este pueblo y retomamos nuestro camino hacia la entrada del Parque Nacional Eduardo Avaroa y su primer pueblo, Quetana Chico (que curiosamente es más grande que su pueblo hermano, Quetana Grande). Esta entrada es la que te lleva a través de innumerables lagos, varios salares y explotaciones mineras, y eventualmente hacia el sur al paso de Hito Cajón a Chile (Atacama) o al salar de Uyuni.
En esta parte de la conducción el camino depende completamente del conductor y su pericia. Lo habitual es seguir las huellas de coches anteriores, pero cuando éstas están muy usadas o son poco convenientes puede decir hacer su propio camino. Aún estando en el “invierno altiplánico”, las condiciones eran buenas. Román nos contaba historias de ir sobre la nieve por esta zona que verdaderamente daban miedo. Pero al mismo tiempo da seguridad tener a alguien con pericia y experiencia al volante (claramente Josefina no habría podido hacer esta ruta).
Tras visitar las lagunas de Colpa y atravesar varios salares, pasamos por el desierto de Dalí, llamado así por su aspecto similar a muchos de los paisajes pintados por Salvador (aunque él nunca conoció el desierto). La realidad es que toda la zona del parque Eduardo Avaroa es una mega caldera volcánica, el parque está rodeado de cráteres pero en su interior un gran manto de lava circula por la zona (incluso llega a algunas partes de Atacama). Cuando uno de los volcanes erupciona, los materiales que desprende quedan desperdigados por todo el valle, y en este caso creó unas estructuras dignas del pintor surrealista.
Tras disfrutar de las magníficas vistas, pudimos lavarnos y disfrutar de un merecido descanso en las Termas de Polques, de aguas calentadas hasta 40 grados por la misma lava que sale de los volcanes. Desde ahí visitamos el Sol de Mañana, una zona de geyseres y fumarolas que demuestran la misma actividad de esta mega caldera. En esta zona se mezcla barro, agua y sulfuro, y cada día se ve una nueva veta de vapor que escupe hacia el cielo. No en vano una compañía eléctrica está aprovechando este vapor para generar electricidad e iluminar a los pueblos de la zona, así como para vendersela a Chile.
Una de las joyas de la corona de este día fue la Laguna Colorada. Una inmensa laguna, aunque no muy profunda, que da cobijo a flamencos, avestruces y por supuesto llamas. La sensación de encontrarse en esta laguna completamente rodeados de montañas es única y es el ejemplo perfecto de que Bolivia tiene mucho más que un salar.
Los últimos momentos del día los pasamos recorriendo el camino hacia Villamar, el pueblo donde haríamos noche. Pudimos disfrutar del anochecer en el camino mientras que la tormenta nos seguía acechando a las espaldas, y terminamos el recorrido de noche. Esto nos permitió ver un cielo sin luna pero completamente iluminado por la vía láctea que no habíamos visto nunca antes (ni siquiera en Atacama), hasta finalmente llegar a Villamar, centro neurálgico de casi todas las visitas al salar de Uyuni y alrededores.
El tercer día iniciamos el recorrido más transitado. Aquí ya se veían más tours tanto en 4×4 como algún “colectivo” dando vueltas, y en las paradas que visitábamos ya había varias decenas de personas. Es por eso perdimos un poco la sensación de “aventura” y de estar perdidos en la nada, pero igualmente el paisaje era espectacular.
Nuestra primera parada fue la copa del mundo y toda la quebrada de alrededor, incluyendo la montaña del camello y la zapatilla de Aladdin, y la pequeña italia, llamada así por formaciones que asemejan el coliseo romano. Toda esta zona está bañada por rocas escupidas por los volcanes miles de años atrás, y que el viento encajonado en el valle junto con la lluvia ha ido erosionando y formando estas estructuras tan impactantes. Tan solo unos minutos más allá paramos en la Laguna Negra, o Laguna Katar, donde un gran rebaño de llamas nos dio la bienvenida mientras comían en un sinuoso terreno verde que ondeaba sobre el terreno. Esta zona contiene una gran cantidad de agua subterranea que emerge en la laguna y da protección a una infinidad de aves autóctonas, incluidos flamencos, patos, gansos y por supuesto la fauna típica de la zona como son las llamas, chinchillas y vicuñas. Aquí aprovechamos para comer mientras Mara y Susana escalaban a sus anchas, antes de continuar hacia la siguiente parada: La garganta de la Anaconda, un cañón por donde circula un pequeño arroyo, cuyo color y rocas dan una verdadera apariencia de anaconda.
En ese punto dejamos la reserva Eduardo Avaroa y ya nos dirigimos hacia el norte para empezar a trabajar los salares. Cruzamos todo el salar de Chiguana hasta llegar a Julapa, un pequeño pueblo por donde pasa el tren de Ollague y donde pudimos tomar una cerveza artesanal con quinoa. No en vano, ya que toda esta zona está repleta de plantaciones de “Quinoa real”, la que tiene el Omega 3 y las vitaminas B6 y B12 además de otros minerales, que para tener estas propiedades aparentemente solo puede crecer a más de 4.000m de altura y en terreno con fuerte presencia de minerales como sucede en los salares.
Es aquí donde se presentó la decisión del viaje. Las lluvias habían hecho que el salar tuviera una capa de agua bastante profunda que podría dañar los circuitos eléctricos de los coches. Los conductores de varios 4×4 se reunieron y evaluaron la posibilidad de atravesar de manera segura el salar, o bien dar un rodeo y entrar desde Colchani, la puerta de entrada tradicional de los tours de un día desde Uyuni. Por suerte (y valentía de los conductores) cinco vehículos decidieron entrar y poder ver en todo su esplendor en anochecer y el amanecer en el medio del salar. Así que atravesamos Colcha K y llegamos a Chuvica, la que sería nuestra puerta de entrada. Ahí pudimos hacer nuestras primeras fotos, aunque el anochecer no fue tan fotogénico como hubiésemos querido debido a las nubes. Una vez el sol se fue fuimos al que sería nuestro alojamiento para la noche, el hostal de sal.
Este hostal está completamente construido con bloques de sal. Las paredes, las camas, las mesas… incluso el suelo está hecho de sal. Realmente es una sensación única. No es lo más cómodo del mundo, pero la experiencia fue genial. Esa noche teníamos que descansar bien ya que al día siguiente teníamos que madrugar mucho para poder ver el amanecer. Así que para ayudarnos regamos la cena con un vino de Tarija, la región vinícola de Bolivia. Y lo rematamos con un “Bolivianito”, un cocktail típico Boliviano que se asemeja a su bandera (y que en España llamaríamos un semáforo).
Al día siguiente a las 5h de la mañana ya estabamos en movimiento. Las niñas apenas se habían despertado y las pusimos en las sillas del coche tal y como habían dormido. Cargamos las mochilas y equipaje, y nos dirigimos a la entrada del salar. La conducción en el mismo de noche es una mezcla entre fantasmagórica y de otro mundo. No hay carretera, no hay señalizaciónes. Solo sal con una capa de agua y las luces de otros coches a lo lejos. Al estar nublado tampoco había estrellas para guiarnos así que tuvimos que usar la pericia de Roman y su conocimiento de la zona. Y ya sobre las 6h, y en el medio del salar (conduciendo a máximo 30 kilómetros por hora para no dañar el coche) pudimos parar para ver llegar los primeros rayos de luz.
Las nubes fueron de nuevo nuestras enemigas para hacer fotos. Sin embargo cuando esos primeros rayos impactaron la sal y nosotros éramos los únicos a más de 100 kilómetros a la redonda, ver nuestro reflejo en la fina capa de agua mereció la pena todo el viaje. La sensación que tuvimos no se puede explicar con palabras ni mostrar en fotografías, únicamente estando ahí se puede vivir. Fue como caminar entre las nubes, en lo que es el espejo más grande del planeta. El Salar de Uyuni es verdaderamente un lugar fuera de este mundo.
Ya con más luz pudimos hacer varios vídeos y jugar en condiciones con el reflejo infinito. Todavía teníamos que conducir casi 3 horas más para atravesarlo, pero uno no se cansa de ver salpicar el agua salada bajo el coche.
Por fin llegamos hasta el hotel de sal de Colchani, donde se encuentra el monumento al Dakar (que pasó por aquí en varias ocasiones), y la plaza de las banderas para decir adiós a esta experiencia inigualable.
La visita de Uyuni y del cementerio de trenes, donde descansan los antiguos trenes a vapor que llevaban mineral estuvo bien, pero palideció con respecto a la ruta que ya habíamos recorrido los días anteriores. Finalmente en Uyuni tuvimos la oportunidad de comer un merecido bife de llama, y emprendimos nuestro camino de vuelta a Tupiza donde dijimos adiós a Roman y Roxana, y nos retiramos a descansar y lavarnos la sal que teníamos por todo el cuerpo y ropa.
Iniciar esta ruta desde Tupiza fue una casualidad, y también un acierto. Los tours desde Uyuni son en general más caros y no te permiten ver muchas de las cosas que nosotros pudimos hacer. El Salar es sin duda algo que toda persona debería hacer al menos una vez en la vida (y rápido antes de que aumenten la extracción de litio de la zona). Pero el resto de la ruta no le hace sombra.
Os dejamos el vídeo que resume estos 4 días, que sin duda han sido de los mejores de toda nuestra ruta por Sudamérica.
Qué pasada de paisaje! Qué experiencia!
Una gran aventura. Gracias por compartila con nosotros.
gracias por compartir la experiencia , me podrías decir con que agencia contrataste el tour ?
Lo hicimos con Román de voytours. Si quieres contáctanos por privado y te paso su teléfono. Muy recomendado!!