Tras conducir varios miles de kilómetros por la extensa Argentina y el largo Chile, llegar a Uruguay supuso para nosotros unas vacaciones dentro del viaje, donde los temas principales fueron la educación, la playa.. y hacer papeles.
Después de nuestra rápida salida de Buenos Aires y de pasar fin de año en Colonia del Sacramento, pudimos pasar unos días tranquilos en Altos Eco Village donde hicimos vida social y compartimos experiencias con otras familias haciendo worldschooling, compartir consejos de viaje, ruta, o simplemente una copa de vino. Además visitamos algunos de los “balnearios” (pueblos de playa) de alrededor, como por ejemplo Santa Ana donde Mara y Susana hicieron un taller de pintura con @tallerpatasarriba. Nos dio tiempo a reponer fuerzas, hacer una pequeña revisión a Josefina y prepararnos para la siguiente fase del camino.
Toda nuestra estancia en Uruguay ha sido durante las vacaciones de verano. Esto ha hecho que los precios fueran más altos que de costumbre (y ya de por si duelen cuando uno hace el cambio desde Argentina). Ademas de que muchos de los alojamientos estuvieran completos, y la mayoría de playas estuvieran abarrotadas. Pero esto no nos ha impedido recorrer el país, sus playas y disfrutar los anocheceres de toda su costa Atlántica.
Tras dejar Colonia pasamos unos días en Montevideo. En general no solemos disfrutar mucho de las grandes ciudades, aprovechamos para ver museos, planetarios y otras actividades culturales, sin embargo igual que nos ocurrió en Buenos Aires, la mayoría de actividades estaban cerradas por el verano, de forma que nos enfocamos en las dos cosas principales que teníamos: Visitar la ciudad, y renovar los pasaportes de las niñas.
¿Cómo? ¿Renovar pasaportes? Pues si, y no somos nuevos en esto. Cuando salimos de España, los pasaportes de las niñas tenían validez de un año y medio (esto es porque cuando son pequeños solo los hacen con un máximo de dos años). Con año y medio en España no te lo renuevan, da igual como te pongas. Sin embargo, debido a la longitud del viaje, a mitad de camino nos quedaríamos sin la validez legal necesaria para entrar en la mayoría de países: seis meses. Por tanto no nos quedaba más remedio que renovar el pasaporte en algún consulado Español a lo largo del recorrido. Y el elegido fue Montevideo.
No es un trámite fácil ni rápido. La mayoría de embajadas o consulados tienen tiempos de espera similares a los de España y solo te atienden si eres residente en el país. El caso de “una familia que viaja y que no está más de cinco días en el mismo sitio” descoloca a todo el mundo pero al final siempre están dispuestos a ayudar. El caso es que después de seis horas en el consulado esperando y haciéndo papeles, y con la amabilidad y soporte del personal de allá, conseguimos nuestros pasaportes temporales verdes para las niñas, que por supuesto tienen una validez de un año, pero que nos permititrán terminar el viaje sin problemas.
Esto no es la primera vez que nos ocurre. Laura y yo hemos renovado pasaportes de esta manera en Shanghai, Kuala Lumpur y Sydney en el pasado.
Tras estos días de burocracia, papeleos y grandes ciudades, elegimos La Paloma como centro neurálgico de nuestro recorrido por Uruguay. Tras descartar Punta del Este, excepto para ver el precioso Casapueblo, llegamos al distrito de Rocha desde donde podríamos explorar el resto del país en recorridos de menos de 2 horas cada día. Y así lo hicimos.
En La Paloma pudimos conocer de primera mano una de las primeras escuelas Vivas de Sudamérica, a los que entrevistamos y ya publicamos aquí. Y cada uno de los días lo usamos para recorrer una parte de la región. Primero fuimos a Punta del Diablo, casi casi en Brasil. Un pequeño pueblo pescador precioso lleno de playas, restaurantes con la pesca del día y ambiente hippy perfecto. Punta del Diablo es perfecto para pasar el día, comer marisco o buñuelos de algas, o simplemente quedarse allí.
Al día siguiente hicimos otra excursión a uno de los sitios más emblemáticos de Uruguay y posiblemente de Sudamérica: Cabo Polonio. El Cabo Polonio es una antigua aldea de pescadores declarada parque natural a la que no se puede acceder con vehículo, para proteger el ecosistema, pero tambien porque para llegar hay que atravesar las dunas. Se deja el coche aparcado en la entrada y se coje un camión que atraviesa la arena hasta llegar al pueblo.
El cabo es efectivamente un cabo rodeado de mar donde nos encontramos pequeñas casas, tiendas de artesanías, restaurantes y hostales decorados con motivos coloridos y con materiales del mar, y están distribuidos de la manera más aleatoria. Es posible quedarse a dormir aunque la electricidad funciona por generadores y paneles solares, de manera que se suele apagar por la noche. Y es único por su ambiente y tranquilidad, la gente que va a pasar allí temporadas, y por el aislamiento, que le da precisamente este ambiente tan especial.
Uruguay nos ha revitalizado, hemos disfrutado del sol y del verano, y hemos descansado. Y ahora estamos listos para retomar el norte de Argentina y el calor árido del desierto.