Como previo a la aventura, inicialmente planteamos realizar algún tipo de voluntariado con las niñas por varias razones: por un lado probar un modo de vida diferente consistente en realizar un proyecto de ayuda a una comunidad, y por otro lado buscábamos un aprendizaje común, tipo aprender a cultivar un huerto en familia, o algo del estilo.
Y es así como fuimos a dar con Eco Yoga Park, a las afueras Buenos Aires. Un centro que combinaban voluntariado sobre todo de cultivo de un huerto orgánico, en un centro de yoga, con alimentación aparentemente vegetariana con posibilidades de que en realidad fuera vegano. En este centro colaboraríamos durante media jornada todos juntos, practicaríamos yoga, y la comida vegana nos ayudaría a que las niñas experimentaran con diferentes frutas y verduras.
Mara, desde que entramos en Argentina se venía cuestionando todo el tema de de dónde viene la carne, sacrificar animales para comer su carne, incluido los corderitos tan bonitos con los que ella juega. Y llevabamos semanas hablando de de dónde sale el jamón, o el chorizo, o las chuletas de cordero. Cuando le explicamos la idea de este proyecto y el tipo de alimentación (“Mara, aquí no matan animales para comer, sólo comen vegetales y productos de la tierra, nada que tenga origen animal”) a ella le surgieron muchas preguntas: ¿no comeremos carne? ¿Ni huevos? ¿ni queso? ¿y yogures? ¿Mantequilla?
Y todo este aprendizaje, junto con la posibilidad de practicar todos yoga ya encajaba con nuestras intenciones.
La noche antes de llegar le pregunté a Sergio si había mirado reviews y al leerlas encontramos varias cosas que nos sorprendieron un poco: nos enteramos que era un centro vegano y no vegetariano (no pasa nada, sólo añade un punto más de complejidad a la estancia) pero sobre todo que era un centro Hare Krishna (en la web no menciona a Krishna en ningún sitio). También parecía que a lo largo del tiempo tuvieron ciertos problemas con la práctica de yoga, ya que mucha gente se siente atraida a este centro para su práctica, sin embargo hasta recientemente solo hacían tres clases a la semana. También había cuestiones sobre higiene en baños y quejas sobre la cocina… Pero por otro lado contaban con más de 200 reviews recientes extremadamente positivas. ¿Cómo se conjuga todo esto? Podría ser que hubieran cambiado las cosas recientemente?
Decidimos no dejarnos influir demasiado por las reviews y palnteamos probar la experiencia de todos modos. La experiencia que buscábamos superaba los posibles prejuicios tanto religiosos como de limpieza. Además siempre nos podríamos ir cuando quisiéramos.
Llegamos al centro, y nos sorprendió lo bonito que era, y lo bien cuidado que estaba. Cuando llegamos nos invitaron a comer, nos enseñaron el lugar y nuestra habitación familiar en una casita, y nos propusieron un proyecto de rehabilitar una casita construida con materiales orgánicos y reciclados (barro y paja para las paredes y botellas de vidrio reutilizadas como puntos de luz) a la cual era necesario quitarle la capa de pintura que tenía para poder rehabilitarla completamente. Nos sorprendió la amabilidad y atención de las personas con las que hablamos.
Durante 2 días convivimos en este ashram Hare Krishna, en donde aprendimos que hay voluntarios de largo plazo (personas buscando un modo de vida, o creencias, o buscándose a si mismos) y los devotos (un tipo de monje/monja con estadía permanente). Con quienes hablamos principalmente fue con los voluntarios, y apenas tuvimos contacto con los devotos, no por nosotros sino por ellos. Muy a nuestro pesar casi ni les oimos cantar. En resumen, y para la tranquilidad de la familia, a duras penas experimentamos el estar en un centro religioso Hare Krishna. Nos alimentamos de comida vegana sin tantas complicaciones como inicialmente habíamos considerado, si bien es cierto que se adecuaron muchísimo a las necesidades de las niñas.
Nos ofrecieron una sesión de yoga infantil exclusiva para las niñas donde se lo pasaron genial. Y con respecto a la parte de proycto de cooperación, lo cierto es que no nos llamó demasiado la atención, sobre todo no nos pareció que quitar pintura a una casa nos diera nuevos conocimientos, y mucho menos colaboración familiar. No suponía ningún aprendizaje para las niñas, sino más bien un reto tenerlas entretenidas con algo mientras nosotros trabajábamos.
Y fue en este punto en el que decidimos que quizás este no era el tipo de experiencia que estábamos buscando, ya que sobre todo no nos aportaba ningún nuevo aprendizaje a nivel familiar, y creaba tensión con las niñas, ya que no les dedicábamos ese tiempo a estar con ellas. Por tanto decidimos marcharnos y adelantar nuestra entrada en Uruguay.
Por suerte somos bastante rápidos tomando decisiones, evaluando y cambiando planes, así que rápidamente cambiamos el itinerario, sopesamos posibilidades y reservamos un pequeño hotel familiar en Colonia del Sacramento, así como el ferry que nos llevaría desde Buenos Aires a Colonia, en Uruguay (la opción más rápida y económica, que te ahorra una ruta de unos 600 kilómetros). Hablamos con el coordinador para explicarle los motivos de nuestra decisión y empezamos a preparar la salida, hacer maletas y guardar cosas. Al día siguiente saldríamos después del desayuno hacia Buenos Aires para embarcar en el ferry con tiempo, y con suerte llegar a primera hora de la tarde al hotel. Sin embargo el futuro tenía algo distinto pensado para nosotros.
Desde Iguazú ya llevabamos algo de estrés encima. Nuestro vuelo de Iguazú a Buenos Aires fue cancelado, y aunque nos pudieron recolocar en otro vuelo llegamos muy tarde de madrugada a otro aeropuerto de la ciudad. Ese día dormimos cerca del Aeroparque pero supuso mucho cansancio, sobre todo para las niñas (¡y para los padres, arrastrándolas dormidas por toda la ciudad!). Y con los cambios del centro de yoga necesitábamos estar parados y tranquilos en un sitio. ¡Pero las cosas no son siempre fáciles!
Justo la noche anterior a la salida llegó la tormenta. Una borrasca bastante grande que cubría todo el Río de la Plata. El pronóstico daba entre dos y tres días de tormenta continua. “Como nuestras tormentas de verano” – Pensamos, ilusos nosotros – Sin saber cómo iba a ser al día siguiente.
Al levantarnos vimos que seguía lloviendo, por lo que pensamos en ir directamente a tomar un café al pueblo, en vez de desayunar en el ashram, para evitar mojarnos aún más. Nos sobraba el tiempo, así que incluso podríamos hacer compras de última hora. Sin embargo saliendo de nuestra casa (al fondo del terreno), las ruedas de Josefina quedaron completamente enterradas en el barro. Enterradas hasta el punto que casi no se veía la rueda y haría falta un tractor para sacarla.
Decidimos llevar a las niñas a desayunar al comedor del centro y pedir ayuda a los voluntarios, que rápidamente se organizaron para echarnos una mano. Pero al ver el estado, evaluaron que ni siquiera un 4×4 podría sacarnos del atolladero. Así que fuimos a buscar a un vecino con tractor para ver si podría ayudarnos. Lamentablemente el vecino no estaba en casa en todo el día así que pasamos al plan B. Buscar una grua. Lamentablemente las gruas que encontramos en el pueblo cerca del centro no nos podían ayudar tampoco, son gruas de ciudad y no estan preparadas para sacar vehículos del barro (¡Especialmente Josefina y su peso!). Nos quedábamos sin opciones y el tiempo pasaba. Estabamos a punto de perder el ferry y con el la reserva del hotel.
En un último intento, el coordinador llamó a un vecino que al parecer tenía bastante experiencia sacando coches del barro. Llegó, evaluó, pidió ladrillos y rápidamente nos puso a todos a trabajar. Unas cuerdas por aquí, unos ladrillos allá, sacar algo de barro del otro sitio, y 6 personas empujando a Josefina. Primero hacia atrás para conseguir tracción y luego hacia adelante. Y finalmente después de 2 horas de esfuerzo bajo la lluvia torrencial y hasta arriba de barro conseguimos sacarla del agujero. La sensación de volver a tener tracción y avanzar fue increible.
Miré el reloj y estábamos justo a una hora y cuarto de llegar al check in del ferry. Sin perder un segundo montamos a las niñas en Josefina y nos movimos lo más rápido posible hacia Buenos Aires. Parecía que todo lo difícil ya había pasado, pero no fue así. La salida del pueblo se hizo bastante complicada, con muchas calles cortadas por inundaciones. Finalmente no tuvimos mas remedio que atravesar varias calles con casi 40 centímetros de agua, muy despacio, y rezando para que el motor de Josefina no se ahogara. Conseguimos llegar a la autopista, que por suerte estaba casi vacía. Aunque la fuerte lluvia no ayudaba pudimos llegar justo a tiempo para pasar por la aduana de Argentina donde revisan los papeles y documentos de todos los pasarejos antes de embarcar (al fin y al cabo, con este ferry cambias de país y es una frontera).
Y ahí estábamos. Dos niñas en las sillas de detrás. Laura de copiloto y yo completamente calado hasta los calzoncillos y lleno de barro. Josefina con ramas que se habían quedado encajadas por todas partes y un aspecto demacrado importante. Esto hizo que la agente de aduanas revisara todas las bolsas y recovecos de la furgoneta en busca de droga. Cuando finalmente nos dejaron pasar, pudimos conseguir nuestros sellos en los pasaportes y llegar con éxito a Colonia del Sacramento en Uruguay, hacer el ritual de nuevo país (conseguir efectivo, comprar una tarjeta SIM para el móvil, establecernos en el alojamiento) e incluso darnos un baño en la piscina.
Colonia es una ciudad pequeñita, con un casco antiguo peatonal muy bonito donde finalmente hemos encontrado el descanso que necesitábamos, y pasar fin de año en una gran fiesta.
Tenemos que agradecer enormemente a Daniel (el vecino experto en sacar coches del barro), a Goura y todos los voluntarios y devotos del monasterio por su ayuda, ya que sin ellos no habríamos podido salir del barro. Fue un día estresante pero nos demostró, una vez más, la buena fe de las personas que se ayudan entre ellas, y nuestra capacidad de resolución y de adaptación frente a las adversidades.