Son las 8 de la mañana del 24 de septiembre de 1944. La flota japonesa se encuentra atrincherada alrededor de la isla de Busuanga, en las Calamianes, al norte de Palawan, Filipinas, lugar que han utilizado durante bastante tiempo como centro de aprovisionamiento y punto de defensa de sus posiciones en el pacífico, evitando duramente el acercamiento americano a la tierra madre.
Tras Pearl Harbor prácticamente un año atrás y los continuos bombardeos americanos, las tropas japonesas estaban muy tocadas, y se hacía necesario establecer puntos de repostaje y abastecimiento.
Son las 8:30, mientras la flota Japonesa inicia sus maniobras matutinas, el USS Lexington, a más de 300 millas de distancia lanzaba 96 Grumman F6F Hellcat fighters y 22 bombarderos, armados hasta arriba con bombas y torpedos, sabiendo que solo tendrían la oportunidad de una pasada para acabar con todos los blancos posibles anclados alrededor de la isla de Corón.
A las 9 de la mañana el primero en caer fue el Akitsushima Maru, uno de los famosos portahidroaviones que dieron tanta ventaja a los japoneses a lo largo del Pacífico. A pesar de estar armado con 3 grandes baterías antiaéreas, no fue rival para los hábiles bombarderos americanos y un torpedo agujereó el casco en babor, haciendo que la explosión hundiera el barco en muy poco tiempo, llevándose consigo a toda la tripulación.
El siguiente en caer fue el Okikawa Maru, carguero que transportaba el fuel para toda la armada. No fue difícil encender la mecha que hizo que el barco se quemara entero, aunque no fue hasta 16 días después que se hundiera un poco más al norte, cerca de la llamada “Black Island”, lugar donde se crea un embudo entre islas que provoca unas corrientes extremadamente fuertes.
Al otro lado del archipiélago, el otro grupo de cazas y bombarderos se hacían cargo del Olympia Maru, el Kogyo Maru, el Morazán Maru y el Irako, uno de los que más tiempo sobrevivió y más batalla presentó ante los americanos. Finalmente, uno de los barcos japoneses anclados en la parte noreste, confiado por su situación de ventaja por la bahía en la que se encontraba y la naturaleza montañosa de las islas, fue el último en caer, el Kyokuzan Maru.
Solo un pequeño petrolero de apoyo fue capaz de sobrevivir a duras penas y volver a Hong Kong, el Kamoi.
Son las 9 de la mañana, pero esta vez de Mayo del 2011. Los Filipinos dicen “Calmada” para referirse a una mar que parece un espejo, solo alterada por el movimiento de las “Bangkas”, las famosas barcazas con soportes usadas tanto en Indonesia como en Filipinas. El sol lleva levantado ya varias horas y nos encontramos a 31 metros de donde se encuentran los restos del Olympia Maru (antiguamente llamado por error Tangat Wreck), nosotros estamos por encima del agua, y él está por debajo, ligeramente inclinado hacia babor pero en una posición casi impecable, con el puente totalmente colapsado pero todas sus columnas y chimeneas en perfectas condiciones.
La profundidad hace que la inmersión no sea demasiado larga. A 31 metros de profundidad, y buscando nuestro camino entre los pasillos y camarotes interiores, por los que penetran rayos de luz la visión es espectacular. Todavía se pueden ver los agujeros causados por los proyectiles, y aunque todo el interior ha sido desvalijado, solo quedan algunos cascos de proyectiles, cuerdas, y la estructura del barco. Pero pasar por cada uno de los compartimentos es toda una experiencia.
Tras casi dos horas de espera en superficie, nos dirigimos hacia el Morazán Maru, que no consiguió su nombre real hasta el 2006, donde una ardua investigación siguió la pista a este carguero inglés, que trabajó rutas como transporte de bananas en sudamérica, y finalmente fue requisado por los japoneses para su servicio durante la guerra. En este caso el pecio se encuentra completamente tumbado sobre estribor, a 25 metros de profundidad, y la sensación de bucear entre sus pasillos con la orientación girada 90º es totalmente diferente.
Después de los barcos, nuestro nitrógeno en sangre ya estaba por las nubes, y nos apetecía bucear en un lugar más tranquilo que estos auténticos cementerios nipones, así que nos dirigimos al “Lago Barracuda”, una inmersión única en el mundo por sus formaciones y temperatura. Para llegar hay que cruzar a pie unos 100 metros de rocas escarpadas, para llegar a un lago interior dentro de la isla de Corón, formado por varios manantiales termales que juntan su agua con dos canales que comunican con el mar. Esto provoca un efecto único donde la capa superior es de agua dulce a unos 31-32º y la inferior de agua salada que llega hasta 38º en algunos puntos. Las formaciones escarpadas tienen un aspecto lunar, y el fondo está cubierto de un barro gelatinoso, formado por la descomposición de material orgánico durante cientos de años, en el que es posible meter el brazo entero (no sin algunos reparos).
Al día siguiente el mar nos regala otro día excepcional. Hoy es un día especial, ya que visitamos los famosos Akitsushima Wreck, y Okikawa Maru, dos de los pecios más alejados e interesantes del grupo de las Calamianes.
Al llegar a los 35 metros, donde el Akitsushima se encuentra tumbado sobre estribor, es posible contemplar cómo el tanque donde se almacenaba el combustible de los hidroaviones está completamente reventado, cosa que hizo que el barco tardara minutos en tocar fondo tras el ataque americano. Penetramos el barco por la parte inferior a la grua y sus gigantes ruedas dentadas, y tras avanzar por varios pasillos llegamos a la zona de almacenaje, lugar donde miles de fusiliers, glassfish y pequeñas barracudas de cola amarilla han decidido crear su hogar, al refugio de corrientes y depredadores.
Este barco tiene algo especial: sus dos enormes plataformas dónde los cañones de 12,7cm se defendían de los Hellcats, el ascensor con el que subían la munición, la pista de lanzamiento de los hidroaviones y la cantidad de vida marina. Se puede bucear en los tres niveles del barco y es fácil perderse entre pasillos, camarotes y habitaciones. Sin duda es una inmersión memorable.
Algo cansados, y tras una pequeña parada, nos dirigimos a explorar el que sería nuestro último pecio, y el más complicado. El Okikawa, que después de ir a la deriva durante varios días fue hundido en un segundo ataque 3 semanas después del principal, se hundió sobre 25 metros de agua, destrozando totalmente su proa, pero dejando un buceo de penetración excelente en su popa.
Tras un rápido descenso para no gastar mucha energía en la fuerte corriente que siempre atiza esta zona, llegamos a la zona donde se encontraba la hélice y que es un lugar perfecto para iniciar la penetración. Un pequeño hueco donde mis hombros caben a duras penas y la luz apenas entra, que llega a una pequeña sala de máquinas donde empieza lo bueno. Este carguero de combustible tiene un montón de pequeñas cámaras, pasillos estrechos, y 6 compartimentos enormes que debían haber sido quemados por otros barcos de la flota, pero que se quemaron en las aguas de Corón.
Han pasado 67 años desde que todos estos barcos se hundieron. Muchos de ellos ya tienen una gran capa de corales alrededor y apenas quedan objetos dentro, sin embargo la sensación de bucearlos no se puede explicar con palabras. Cientos de marinos japoneses murieron en ese 24 de septiembre de 1944, y se perdió un punto estratégico que eventualmente terminaría en los trágicos 6 y 9 de agosto de 1945 dónde Japón “perdió” su parte de la guerra tras los ataques de Hiroshima y Nagasaki.
Sin duda, esta ha sido una de las experiencas más gratificantes de nuestro paso por Filipinas, tanto a nivel histórico como de buceo.
Más información:
Dive sites in Coron
Dive Centers in Coron
Información técnica de los barcos hundidos